Tu otra sombra T03xP048

04/12/2015

El programa Tu otra sombra de esta semana os trae el siguiente contenido:
* Relato de Terror: "Rompe el silencio!", escrito por José Manuel Durán. Os narro esta tenebrosa historia.
* Cuaderno de Investigación: Casos extraños contados y vividos por vosotros.
* Noticias de la Red y cosas curiosas del misterio.
* CodeX Más allá del misterio: El Santo Grial es sin duda un objeto buscado en todos los tiempos, y no podían faltar nuestros intrépidos buscadores de CodeX, quienes nos auguran una genial entrevista.
* La Estación de Chamberí. Una parte de esta estación se encuentra cerrada al público, y se cuentan leyendas relacionadas con apariciones. El periodista Ángel Jiménez ha estado una noche investigando, y nos cuenta los resultados obtenidos.
* Cuando miro a las estrellas... Mi reflexión sobre:  "Qué más puedo decir..."


Podéis descargarlo en Ivoox, o escuchar todos los programas en la Sección Tu otra sombra


Qué más puedo decir...

Creo que entre todos los defectos que una persona puede tener, puedo asegurar que en mí hay uno que del que me cuesta desprenderme. Podríamos decir que según se mire, puede tomarse como una virtud, pero llevado a cierto extremo se convierte en un defecto. Creo que mirar siempre por los de más nos puede llevar a un terreno del que conocemos muy poco.
Un ejemplo, o “un poné” -como diría un amigo mío- sería algo que me ocurrió hace unos días. Veamos. Tengo un amigo al que le ocurren cosas extrañas, y no me refiero a fenómenos extraños, sino a acontecimientos cotidianos que les viene de no se sabe dónde, para complicarle la vida, y luego todo desaparece sin más. Por supuesto no hay pruebas, y todo se queda en errores informáticos, cosas sin explicación, y anécdotas para funcionarios, operarios y familiares que lo han visto. Y así una y otra vez, durante años. Pero la cosa no queda ahí, porque fenómenos extraños también los hay, aunque a veces me da la sensación de que no sabe por dónde vienen los tiros.
   He tratado de ponerle en el camino de la búsqueda, no sin antes advertirle de que todo movimiento que realice traerá unas consecuencias. Será observado, controlado y acorralado por un “alguien” que aunque no sea Dios, parece que aquí todo lo puede. Pero no puedo decirle más de lo que su experiencia, y su pensamiento está dispuesto a aceptar. Eso es algo que debe aprender por sí mismo.
   De vez en cuando quedamos, y hablamos de cosas extrañas, que para nosotros no son tanto, y de las coincidencias que se generan en torno a ciertos conocidos que se empeñan en saber más que nosotros mismos. Aún así, este amigo, continúa probando a cada uno, dándoles pistas falsas para ver lo que hacen y lo que dicen.
  Aún no sabe que estos conocidos simplemente obedecen impulsos que no son sus propias ideas. Sé que no es fácil de asimilar, pero detrás del complejo mundo de la mente humana, hay formas de manipular subconscientemente para que alguien obre de determinada manera sin que él mismo lo sepa. Esas son las coincidencias tan extrañas que observa, pero aún no comprende que hay una mente más poderosa que impone el camino a seguir.
   Micrófonos escondidos, chivatazos y seguimientos han sido habituales allí. Pero lo sorprendente es que aún sigue contando sus planes, su vida, sus problemas… como si fuera a descubrir algún complot entre aquellos cercanos “amigos” entre comillas-.
   Lo extraño, es que por mucho que yo quiera ayudarlo, cada frase, cada pista o cada objeto que nombro, lo busca, lo pregunta y lo cuenta. Aún tiene que descubrir que cada cosa que haga, cada paso que dé es controlado por esa mente perversa que se esconde en la sombra. Y si el otro día le pedí un artilugio que necesito, lo hizo público sin querer, y me envió la foto por whatsapp. Así que ya lo sabe quien tiene que saberlo, y yo debo seguir callado como siempre, haciendo favores y viendo cómo las cosas se complican. Y pienso yo: qué más puedo decir…
Una reflexión de Fernando García


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¡Rompe el silencio!


Por unos momentos Mónica se imaginó que era otra mujer, con el mismo aspecto, la misma edad, pero con una identidad diferente y una situación distinta.

Hace mucho tiempo que le hubiera gustado ser cazadora de monstruos y tenía prácticamente todo para vencerlos. Llevaba una maleta en cuyo interior guardaba cabezas de ajo, una pistola con balas de plata, varias estacas, una vieja Biblia, un crucifijo bañado en oro y un martillo bendecido por el párroco local.

Conocía a los monstruos. Tenía una habilidad innata para identificarlos por muchos disfraces que pudieran ostentar y Mónica, en su imaginación, se veía luchando con todos ellos, a los que destruía uno a uno. En sus aventuras ficticias se encontraba a sí misma con el valor suficiente para adentrarse en las repugnantes guaridas de los monstruos, ese valor del que carecía en la vida real.

Daba igual la naturaleza de las criaturas que Mónica aniquilaba: vampiros sedientos de sangre; muertos vivientes que anhelaban cerebros humanos: diablos repugnantes en busca de almas tiernas e inocentes… daba igual el poder que ostentaran o los poderes que expresaran con sus malas artes, ella siempre estaba ahí, con su látigo y sus artilugios mágicos. Todos caían. Siempre vencía.

Así era su vida en la ficción, cuando se tumbaba en la cama y cerraba los ojos para olvidar. Su imaginación recorría parajes oscuros, donde las sombras se convertían en el abrigo de los monstruos. Luchaba contra ellos. Vencía cada batalla. Los destruía…
…pero aquello no evitaba que el dolor de los golpes propinados en su vida real desapareciera. Los moratones en su cara, las heridas en la boca a causa de los puñetazos, su alma fragmentada en múltiples pedazos, todo aquello nunca se esfumaba. Y nada tenía visos de cambiar.

Lloraba. Cada día. Cada noche Cuando el monstruo real, el de carne y hueso, entraba por la puerta malhumorado y borracho y se quitaba el cinturón.

Para ese monstruo Mónica no tenía valor. No podía enfrentarse a él. ¿Dónde estaba la valiente heroína que se imaginaba ser en lo más profundo de su imaginación y que combatía a perversas criaturas? Ella no era así…
…se dejaba pegar puñetazos. Encajaba las patadas con apagados quejidos porque si gritaba él la golpeaba con más fuerza. Y no podía llorar porque el monstruo se enfadaba y la encerraba en el cuarto de baño…
…y en las noches, cuando el engendro respiraba en la cama y vomitaba su borrachera, ella se cobijaba en un rincón y se abrazaba a sí misma para llorar, con los labios partidos, el ojo hinchado y la nariz sangrante.

Todos sus sueños se habían desparramado por el suelo y sus esperanzas se arrastraban como serpientes entre la mierda y la basura que era su día a día. Cada vez era peor y la Mónica de sus sueños, capaz de acabar con los monstruos, no existía más allá de la ficción. Esto era la vida real y en la vida real existen los monstruos y campean a sus anchas. Nada podía hacer.

Le faltaba valor.

Vivía bajo la tierra de la desgracia, dentro del tormento de un ataúd invisible, en el interior de una prisión donde no era más que una esclava bajo el yugo de un cruel y despiadado dictador, aborrecible y repugnante, que no era más que su dueño.

Ella le pertenecía…

…hasta que una voz surgió en su interior, procedente de lo más hondo de su ser:

—¡NO!

Una sensación extraña la invadió y poco a poco se vio superada por las ganas de levantarse y abandonar aquél rincón. En la habitación, el monstruo dormitaba, probablemente hundido en sus propios vómitos. Roncaba y el sonido que emitía su garganta resultaba tan desagradable como los insultos que a diario le profesaba.

Mónica comenzó a caminar. Sus piernas temblaban pero pronto se tornaron seguras. Su corazón latía de manera vertiginosa hasta que las palpitaciones fueron cobrando la calma. Tenía miedo, miedo a que el monstruo despertara y la encontrara allí, que conociera sus planes y que la arrojara al infierno de nuevo. Y ese miedo, a pesar de que no desapareció del todo, se fue transformando en valor. Y por primera vez en toda su vida, Mónica se sintió como la Mónica que se imaginaba en sus sueños. Sonrió, como no lo había hecho durante los últimos años. Apretó los puños y se acercó al teléfono.

Ella no era de nadie.

Ella valía.

Ella no tenía por qué soportar aquella tortura.

Tenía derecho a vivir.

Podía vencer al monstruo.

Descolgó el teléfono y tomó aire. Marcó el número 016. Todo cambiaría a partir de entonces. El proceso iba a ser largo y angustioso. Era el primer paso para vencer al monstruo.

Con el tiempo ella se sentirá libre…

…y volverá a sonreír.
Escrito por José Manuel Durán




Tu otra sombra T03xP047

27/11/2015

El programa Tu otra sombra de esta semana os trae el siguiente contenido:
* Cuaderno de Investigación: Casos extraños contados y vividos por vosotros.
* Noticias de la Red y cosas curiosas del misterio.
* Relato de Terror: "Influencia maléfica", escrito por José Manuel Durán. Os narro esta tenebrosa historia.
* Cazalla de la Sierra (Sevilla). El actual Ayuntamiento de este pueblo sevillano fue antiguamente un edificio para otros menesteres. El investigador y gran amigo Ángel Rivero López nos cuenta las leyendas y las pesquisas realizadas en en ese lugar.
* Cuando miro a las estrellas... Mi reflexión sobre:  "La mentira"


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La mentira

La mentira es la afirmación o negación de una cosa contraria a la realidad o diferente a ella. Su esencia misma es el engaño y su gravedad depende del grado de egoísmo o maldad que la engendre.
La falsedad y el engaño resultan muy perjudiciales en la relación entre los seres humanos. Fomenta desconfianza, dudas, sospechas...
 Se miente para obtener ventajas, exaltarse a uno mismo, y para aparentar ser mejor de lo que se es.
Sólo el que dice la verdad se vuelve digno de confianza, y por ello, es necesario ser verdadero y honesto, y no guiarnos por prejuicios o intereses personales. Peor aún y más grave si es por fantasías.
Se dice que existen dos tipos básicos de mentiras:
1. Ocultación, escondiendo o callando un hecho u opinión.
Según la psicología de la mentira, el mentiroso engaña suprimiendo la verdad a través de silencios, descripciones vagas o muy generales, evasión de preguntas, emoción fingida, ira o indignación. También es ocultación revelar la verdad a medias sin exponer elementos clave de la  información que, siendo verdadera, esquiva el asunto, desvía la atención o provoca una interpretación errónea de los hechos.
Admitir la verdad de forma exagerada o errónea también es una forma de ocultación o mentira
2. creación de una historia.
En la psicología de la mentira esta falsificación consiste en la presentación de información falsa o en la invención de una historia falsa para confundir o engañar. El mentiroso proporciona datos, detalles o explicaciones como si fueran ciertos.  Si la mentira no consigue su objetivo de engañar a los demás debe volver a la falsificación, inventando más cosas, o admitir parte o toda la verdad. El descubrimiento es inadmisible para los engañados e inaceptable para el mentiroso ya que no tiene escapatoria.
Me imagino que en mayor o menor medida, todos hemos utilizado alguna vez la mentira para escapar de una situación o para conseguir algo. Pero como todo, hay un límite para cada cosa, y desgraciadamente hay gente que abusa de la confianza y se creen mejores que nadie. El límite debe existir, pero sin duda debe ser un misterio difícil de demostrar y probar.
No hace muchos días, o tal vez sí, puesto que es una historia continua en el tiempo, alguien se las ingenió para coger mi teléfono móvil e instalarle una aplicación que le diera mi posición a través del GPS o de las señales de los repetidores de telefonía. Así mismo enviaba a una nube informática todos los mensajes y llamadas que pudiera realizar. Casualidades de la vida -por decirle un nombre-, una persona experta en este tipo de artilugios tomó mi móvil para saber por qué iba tan lento, y por qué me fallaba tanto, porque había veces que no me entraban las llamadas o los whatsapps, y otras veces, cuando los enviaba yo, podían llegar al día siguiente, si es que llegaban. Pero siguiendo por donde iba, este hombre se percató de que la memoria de mi teléfono estaba ocupada en un 45% por una aplicación oculta. Y cuál fue la sorpresa al descubrir que todas mis llamadas, mensajes y posiciones, eran monitorizadas por alguien desde hacía dos años en que se instaló esta aplicación.
   Pero lo gracioso viene después, porque lejos de borrar la aplicación, opté por dejarla más tiempo con la contrariedad para alguien de que a partir de ese día casi nunca llevaba el teléfono encima. Se lo dejaba a gente de confianza para que se lo llevaran a la playa, al campo, a dar una vuelta, e incluso a otra ciudad… y si alguien intentaba saber dónde estaba, pues se equivocaba de todas, todas. Y como en los viejos tiempos, seguí utilizando la cabina pública de teléfonos.
 Y mira por dónde, en todos esos días que caminé con toda libertad, apenas me encontraba con nadie conocido a pesar de que la ciudad donde resido no es muy grande. Y poco después decidí llevar de nuevo el teléfono encima, aunque lo usaba muy poco. Y comencé a tener encuentros fortuitos con ciertas personas. Casi siempre eran las mismas, pero en días, lugares y horas muy dispares. Eso me hizo sospechar que tal vez existiera alguna relación, y como poco después descubrí, así era.
Así que mi táctica fue muy sencilla: me dejé llevar por los acontecimientos y permití que esos encuentros que parecían fortuitos se hicieran algo cotidiano. Pedí ayuda para que vigilaran los lugares en los que tenía pensado ir, y efectivamente, si no era antes de mi llegada era después, pero aparecía alguien conocido o pasaba con el coche disimuladamente para ver si me encontraba allí. Nunca dieron la cara estos individuos, pero tampoco dejaron de seguirme.
Así que decidí ser yo quien fuera al encuentro de ellos, y como si de antemano lo supieran, desaparecieron todos de mi entorno. Eso me dio que pensar bastante, porque la única manera de saberlo era por boca de algunas de las personas muy cercanas a mí, y la verdad es que son muy pocas. Y hablando de la mentira, también descubrí que a estos que se hacen llamar amigos también les han movido otros intereses, y han tenido la poca vergüenza de mentirme mientras me hablaban en tono amenazador, fruto de verse desenmascarados. Y aunque esté mal decirlo, y aún peor hacerlo, he tenido que mentir o al menos no contar toda la verdad para esclarecer algunas cosas. Y lo único que he descubierto es que la mentira nació hace años, sigue viviendo aún en algunas personas, y perdurará hasta que descubran que más que una virtud, es un gran defecto.
Una reflexión de Fernando García


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Influencia meléfica

Lo primero que encontramos fueron los zapatos, colocados en uno de los bancos situados a un lado del camino. Era una pareja de zapatitos negros, de niña, y estaban unidos el uno al otro por los cordones. No le dimos mayor importancia porque probablemente no la tenía y seguimos caminando…
…hasta que algunos metros más adelante, colgando de unos arbustos, descubrimos dos calcetines blancos manchados de rojo.
Nos detuvimos frente a este segundo hallazgo. Nos estremecimos ante la variopinta visión y a nuestras mentes acudió la imagen de los zapatitos negros que habíamos dejado atrás y que ahora parecía cobrar algo más de sentido. Me acerqué hasta los calcetines para observarlos más de cerca. La primera impresión que recibí se confirmó a corta distancia. Los calcetines estaban teñidos de sangre.
Estuve a punto de tocarlos pero Carmen me detuvo sujetando mi brazo. La miré. No me dijo nada pero en sus ojos advertí el destello del temor. Retiré las manos justo en el preciso instante en que las yemas de mis dedos rozaron la tela de los calcetines, pero ninguno de mis compañeros se percató de ello. En ese mismo momento noté algo extraño. Fue un dolor agudo en el centro de la cabeza y sentí que algo estallaba en mi interior aunque se me pasó enseguida.
Antonio sacó una fotografía de los pequeños calcetines, que habían sido agujereados a la altura de los tobillos para que quedaran sujetos en las ramas del arbusto, como una bandera que ondea al viento o, quizá, como un trofeo o advertencia.
—A la vuelta me gustaría inmortalizar los zapatos, creo que puede ser una buena foto. —dijo tras pulsar el disparador. No sería posible. Ninguno de nosotros iba a regresar.
Nos detuvimos en un merendero donde había unos columpios. Solamente estábamos nosotros y aprovechamos el buen tiempo que hacía, con un sol majestuoso y algo pegajoso que nos observaba alegre desde las alturas. Nos sacamos varias fotografías bajando de los toboganes, cruzando los obstáculos con la ayuda de cuerdas colgantes y nos divertimos de lo lindo hasta que a Carmen palideció. Yo me di cuenta por la expresión que mostró su cara. Se había quedado petrificada. Abrió la boca en una enorme O y los ojos se le agrandaron como los focos de una linterna encendida. Levantó la mano y señaló en la distancia.
—¿Qué es eso? —preguntó. Su voz temblaba.
—Parece un trapo, ¿no? —dije y me levanté para acercarme.
—No, no vayas—susurró Carmen pero no hice caso. Antonio me acompañó mientras mi novia se quedaba atrás.
A medida que nos acercábamos nuestros pasos se volvieron más lentos. Si no hubiera estado acompañado me habría dado la vuelta pero Antonio caminaba junto a mí. Nos miramos de reojo. Ambos teníamos un nudo en la garganta. Estábamos tensos.
Descubrimos que no se trataba de un trapo sino de un pequeño vestido de color rosa bañado en dibujos infantiles. Nos quedamos sin voz. Nuestro silencio parecía haberse convertido en una gruesa soga que apretaba nuestras gargantas y nos dejaba sin aliento. Aquel vestido estaba parcialmente desgarrado y, al igual que los calcetines, tenían manchas rojizas que enseguida identificamos como sangre seca.
—¡Dios mío! —sonó la voz de Carmen justo detrás nuestro. Nos giramos sorprendidos y allí estaba mi chica, pálida, como la tez de un viejo vampiro. Se agarró a mí y sus ojos miraron alrededor. Sabía perfectamente lo que estaban buscando y yo hice lo mismo. Antonio miraba también en todas direcciones. Aunque no nos dijimos nada, los tres temíamos encontrar entre la maleza las piernas desnudas de una pequeña niña. Todos los indicios sugerían que algo terrible había sucedido. No podía ser casualidad la aparición de tan singulares hallazgos. Se nos pasó por la cabeza la posibilidad de que algún depravado estuviese suelto por las cercanías, un depravado que había cometido un acto terrible. Buscamos sin separarnos demasiado. Antonio se metió en una zanja y la examinó a conciencia. Nada.
Carmen sacó una linterna de su mochila e iluminó el fondo de un hueco cavado en la tierra y que parecía muy profundo. Nada.
Yo giraba sobre mis propios talones, llevando la mirada cada vez más lejos, con la intención de detectar algún movimiento. Nada.
Ninguno de nosotros quería encontrar el cadáver de una niña pero pensábamos que si abandonábamos el lugar, tal vez, si estaba agonizando, se perdiera la oportunidad de salvarle la vida.
No encontramos nada. El sol ya comenzaba a bajar escogiendo el punto idóneo por el que desaparecer en el horizonte, tras las montañas. Quizá todo tenía una explicación convincente pero ninguno de nosotros lo creía. Estábamos tan confundidos como intrigados, tan exhaustos por los hallazgos que no nos dimos cuenta de lo extraño y misterioso que resultaba. Los zapatos negros perfectamente colocados sobre un banco. Los calcetines convenientemente colgados en los arbustos del camino. El vestido manchado que ondeaba, empujado por un viento casi inapreciable. Se trataba de una puesta en escena. Algo pensado concienzudamente. Ninguno de los tres cayó en la cuenta de que la mejor opción hubiera sido marchar y olvidarnos de todo pero decidimos permanecer allí durante un tiempo más. Fue nuestro gran error. Desde ese momento todo, absolutamente todo, cambió.
Aturdidos por los acontecimientos, sin poder quitar la vista del vestido rosa que se mecía colgado del arbusto, sin apartar de nuestros ojos las manchas de sangre que lo cubrían, en algún momento escuchamos un ruido procedente de un punto lejano. Parecía… ¡¡No!!, no podía estar seguro de ello pero…
—Es el llanto de una niña.
Miré a Carmen. ¡Eso es lo que yo pensaba! No había sido fruto de mi imaginación. Había llegado hasta mis oídos con absoluta claridad y tras las palabras de Carmen y el rostro asustado de Antonio comprendí que ellos también lo habían escuchado con absoluta nitidez.
Corrí como jamás había corrido en dirección al sonido. Cuanto más cerca me encontraba más seguro estaba de que una niña lloraba a pleno pulmón, como si su alma estuviera ardiendo en el mismísimo infierno. Escuché las voces de mis amigos que trataban de detenerme, oí a Carmen suplicar que regresara pero cuando desvié la cabeza hacia atrás vi que ellos también me seguían. Y entonces, de repente, la niña dejó de llorar.
Me detuve en seco. Pocos segundos después mis compañeros estaban a mi lado. A todos nos costaba respirar. Nuestros pechos subían y bajaban a un ritmo vertiginoso. Antonio colocó sus manos sobre las rodillas y trató de coger aire respirando profundamente mientras Carmen se sujetaba el abdomen.
Permanecimos en silencio, esperando escuchar de nuevo a la niña pero nada, simplemente la profunda respiración de un atardecer que en pocos minutos exhalaría su último aliento. El sol pronto se ocultaría tras las montañas y las sombras se harían dueñas del lugar. ¡Maldita sea! ¿Dónde estaba la niña?
Escuchamos ruidos a nuestras espaldas. Nos giramos sobresaltados pero nuestros ojos no llegaron a alcanzar nada anormal. Sin embargo, notamos que alguien se encontraba en las cercanías.
—Vámonos—pidió Carmen mientras se agarraba a mi brazo.
—¿Dónde estás, pequeña? —gritó Antonio y yo lo imité llamando a la niña. Comencé a escuchar murmullos dentro de mi cabeza, un coro de voces lejanas que parecían susurrarme desde la lejanía pero no dije nada por si era fruto de mi imaginación. De hecho tuvo que ser así porque inmediatamente las voces enmudecieron. Mire por los alrededores. Presté atención a cualquier ruido que se produjera en las proximidades.
Nada. Un silencio sepulcral violado únicamente por nuestras respiraciones hasta que escuchamos de nuevo un sonido a nuestro alrededor.
—¡Allí! —grité como un poseso y señalé con el dedo una figura diminuta que corría entre la alta hierba.
—Vámonos—repitió Carmen y tiró de mi brazo. Me zafé de ella con un movimiento brusco.
—¿La habéis visto? ¡Estaba allí! —exclamé y mi propia voz me sonó como la de un lunático.
Entonces escuchamos la risa de la niña, una risa que nos sobrecogió a todos.
—Tíos, tengo miedo —confesó Carmen. —Regresemos al pueblo, esto no me gusta nada…
Como si el tiempo se hubiera acelerado, el sol acabó por ocultarse tras las montañas y el lugar se tiñó de una tenue oscuridad que sería pronto inescrutable.
—¡Oye, pequeña! ¿Estás bien? ¡No tengas miedo!
No podíamos dejar allí a la niña. Miré a mis amigos. Nos marcharíamos, pero no sin ella. Escuchábamos su risa a un lado y otro del camino, siempre entre los matorrales, como si se moviera a una endiablada velocidad y en ningún momento vimos su pequeña silueta hasta que Carmen lanzó un alarido que nos hizo palidecer.
—¡Ahí…!—dijo y señaló con la mano.
Allí estaba la niña, a pocos metros de nosotros. Se encontraba completamente desnuda y agarraba un osito de peluche con su mano derecha. El pelo negro y mojado le cubría gran parte del rostro pero sus ojos se perfilaban grandes y oscuros entre los cabellos.
—¿Estás bien, pequeña? —me atreví a decir. Sentí la mirada de la niña penetrando hasta el fondo de mi alma. Permaneció allí, inmóvil, tal cual fantasma, mientras las sombras se arrugaban a nuestro alrededor para convertirse en una noche cruda y oscura.
Di un paso hacia delante. Carmen pronunció mi nombre en voz muy baja con la intención de sujetarme. Me detuve. Estaba asustado pero solamente era una niña y parecía necesitar nuestra ayuda. Cuando iba a preguntarle su nombre, la pequeña giró sobre sus talones y comenzó a caminar lentamente entre los arbustos, alejándose de nosotros.
Pese a las peticiones de mis amigos, decidí seguirla. Ellos hicieron lo mismo. Se habían dado cuenta de que la niña quería que fuéramos tras ella.
Aceleré el paso. La pequeña caminaba deprisa y no quería perderla. Su blanca silueta era engullida por las sombras, como si perversos monstruos la abrazaran y la devoraran al mismo tiempo.
Caminaba con la mirada clavada en la espalda de la niña. Escuchaba tras de mí las pisadas de mis amigos que aplastaban los hierbajos. Oía sus respiraciones aceleradas, los latidos de sus corazones que unidos al mío componían una sinfonía macabra e inquietante. Llegó hasta nosotros un hedor nauseabundo que nos obligó a taparnos la boca y la nariz. Sentí arcadas pero me contuve. Antonio no tuvo esa suerte y manchó sus propios zapatos con el vómito.
La niña se detuvo, de repente. Casi tropecé con ella y mis compañeros conmigo. Me incliné sobre la pequeña y la agarré suavemente de los brazos. Tuve que retirar las manos inmediatamente. La piel de la niña estaba fría como el hielo.
—Mi papi y mi mami están allí.
Tras pronunciar aquellas palabras, mis amigos y yo dejamos de prestar atención a la pequeña y miramos hacia el frente.
Podían verse mecidos al viento, en la oscuridad que cada vez era más opresiva. Los cuerpos de dos personas adultas yacían colgados de un árbol. Estaban desnudos, como la niña, aunque sus cuerpos parecían muy negros, acartonados más bien. Cuando me acerqué no pude evitar que mi estómago me obligara a derramar por el suelo todo su contenido. El nauseabundo olor emanaba de aquellos cuerpos.
Se trataba de dos cadáveres. Un hombre y una mujer colgados con una soga del cuello. Tenían las manos entrelazadas pero sus cuerpos estaban ajados y arrugados como una pasa, podridos, como si llevaran muertos semanas. La visión atroz de aquella espeluznante imagen me obligó a girarme. Vi a mis amigos horrorizados, con los ojos agrandados, a punto de salírseles de sus órbitas. Carmen lloraba, era un manojo de nervios. Antonio retrocedía asustado, alejándose de aquél lugar, caminando lentamente hacia atrás, hasta que las sombras se lo tragaron. No los volví a ver más, a ninguno de los dos.
Agaché la cabeza y observé a la niña. Miraba hacia los ahorcados con los ojos ocultos tras su pelo pero aún así, pude descubrir que esbozaba una sonrisa que me pareció demoníaca. Movió la cabeza y me miró directamente. Sus ojos eran oscuros, negros como las sombras.
Sentí un estremecimiento recorriendo mi cuerpo y unas gotas de sudor helado comenzaron a arañar mi espalda, resbalando lentamente y produciéndome un dolor espeluznante, como si la uña afilada de un vampiro estuviera abriendo una herida profunda en mi cuerpo. Miré estupefacto los cadáveres de aquellas dos personas colgadas del árbol y bajé la cabeza para observar a la niña, que me miraba y se reía a plena carcajada.
Traté de localizar a mis amigos. No los vi por ninguna parte. Estaba yo solo. Yo y aquella niña que alargó su brazo para coger mi mano con la suya. Estaba fría y húmeda y traté de apartarla pero ella me sujetó con violencia.
La niña apretó con fuerza mi mano y después la soltó. Comenzó a llorar desconsolada. Aturdido, miré a mi alrededor con la esperanza de ver a mis amigos pero la oscuridad más impenetrable se había adueñado del lugar. Los árboles se presentaban ante nosotros como siluetas fantasmales de crueles demonios y un frío cada vez más intenso fue arropando cada trozo de mi piel. Cerré los ojos unos instantes y creí perder la conciencia…
…Cuando los abro tengo una sensación molesta dentro de mi cabeza y me siento raro, muy extraño.
Veo los cuerpos meciéndose frente a mí y la niña que no deja de llorar a mi lado. Algo cruel y despiadado ha sucedido aquí, algo que se escapa del control del raciocinio y el sentido común. Mi cuerpo tiembla y noto cómo las rodillas están a punto de fallarme. Un fuerte dolor se instala en el centro de mi pecho y la cabeza podría estallarme en cualquier momento. Me siento impotente y tengo la sensación de que el autor de estas muertes, de la desaparición de mis amigos y del acoso a esta niña, deambula por los alrededores, oculto en la oscuridad. La pequeña me observa, a través de unos ojos malignos y crueles, perversos y sanguinarios.
Tengo la convicción de que en cualquier momento algo se abalanzará sobre mí. Me fijo en la niña. Ha dejado de llorar y ladea la cabeza en mi dirección. Sus ojos cubiertos de lágrimas relucen en la oscuridad y su blanquecino rostro es espantosamente diabólico. Su boca muestra una fea mueca que me hace sentir un miedo tan atroz que me orino encima. Ella mira cómo los pantalones se van humedeciendo y se burla de mí.
—Son papi y mami. Están muertos, ¿sabes? —dice la niña con voz pausada. —Yo los maté
Unas luces se encienden repentinamente por el camino por el que hemos venido y le sigue un rugido de motor. Se trata de un coche. Pongo mi cuerpo en tensión sin entender lo que la niña ha querido decir y solamente me relajo cuando suena la sirena de la policía y encima de ese coche se encienden las luces azules de una patrulla que se detiene a pocos metros de donde estamos.
Aliviado por encontrar agentes del orden, me alejo de la niña varios metros y corro hacia los policías.
Bajan del coche con sus armas en la mano. Es un hombre y una mujer. Me apuntan con las pistolas.
—¡Deténgase! —dice uno de ellos.
—¿Qué? —me paro en seco y levanto las manos. —No, oigan, allí…
—¡Quédese quieto!
Giro mi cuerpo para señalar el punto exacto donde yacen muertos los padres de la niña pero la voz más enérgica del policía me hace detenerme, extrañado.
—¡Si se vuelve a mover le pego un tiro! ¿Lo ha entendido?
La mujer policía camina bordeando el coche sin dejar de apuntarme y extrae de su cinturón una linterna. Con ella ilumina el lugar mientras su compañero aferra con las dos manos la pistola y no deja de apuntarme en ningún momento. El haz de luz me ilumina el rostro y cierro los ojos molesto hasta que siento que la linterna trata de iluminar otro lado. Abro los ojos en el momento en que los policías descubren los cuerpos colgados del árbol y detectan la presencia de la niña.
—Ha sido él—dice la pequeña entre sollozos y me señala con el rostro atrapado por el terror.
Los dos agentes se miran unos momentos y piden refuerzos por radio.
—¡Aléjese de la niña! —dice uno de ellos.
—¿Qué? ¡No!, son sus padres, ella dice que…
—¡Aléjese de la niña! —repite con autoridad el agente—¡Y deje el arma en el suelo!
—¿Arma? ¿Qué arma…?—me sobrecojo, perplejo, cuando descubro que estoy agarrando con la mano un afilado cuchillo completamente ensangrentado. —¿Qué es esto…?
—¡Tire el arma! —dice el policía.
—Ven aquí pequeña, todo ha pasado—indica la mujer policía. Veo que la niña comienza a dar unos pasos hacia delante para acercarse a los agentes. Antes de llegar a ellos se detiene y se gira. Me lanza una mirada feroz y una sonrisa cruel ocupa la mueca que hasta entonces tenían sus labios.
—¡Oigan! ¡Esperen un momento! Esto no…
—¡Tire el arma!
Dejo caer el cuchillo y al mismo tiempo descubro que mi ropa está completamente cubierta de sangre. No doy crédito a la situación ni a lo que está pasando.
La agente abraza a la niña y le dice que ya todo ha terminado, que está a salvo, que ya nadie le hará daño alguno.
—Se ha vuelto loco—oigo que dice la niña. —Estuvo persiguiéndome y me gritaba cosas horribles. Sus amigos trataron de sujetarlo y los mató, él los mató. A los dos…
Vuelvo mi cabeza hacia el árbol donde hasta ese momento se encontraban colgados los cuerpos podridos de dos adultos y descubro horrorizado que ahora yacen allí mis dos amigos. Están abiertos en canal, con los rostros hinchados. Sus ojos abiertos me miran enfurecidos desde la oscuridad. Sus cuerpos se mecen al ritmo que marca el viento mientras sus bocas están llenas de tierra y piedras.
Clavo mis rodillas en el suelo mientras el foco de la linterna me ilumina.
—¡Levántese!
Tiene que repetir la orden dos o tres veces más. Apenas oigo lo que me dicen. Mi atención está puesta en los cuerpos de mis amigos. No puedo evitar sentir arcadas y un fuerte y continuo dolor en la cabeza. Miro de soslayo el largo cuchillo que yace a dos metros de mí y vuelvo la mirada de nuevo hacia los cadáveres colgados del árbol.
Me pongo de pie. Veo que la niña se monta en el coche patrulla, en el asiento de atrás y desde allí me observa. Los dos policías me apuntan con sus armas.
—¡Os matará! ¡El os matará como ha matado a sus amigos, como quiso matarme a mí! —vocifera la niña desde el interior del coche y los agentes giran sus cabezas instintivamente hacia ella. Aprovecho aquél momento para deslizarme y agarrar el cuchillo que está a punto de resbalar de mis manos a consecuencia de la sangre que cubre la empuñadura. Me siento rápido y fuerte, tanto que me coloco justo al lado del policía y le clavo el cuchillo en la garganta. Su cuerpo se resbala lentamente mientras la expresión de su rostro me cubre de gloria y satisfacción. Me siento extraño y poderoso. Giro mi cuerpo para encararme con la mujer policía pero ella ya ha apretado el gatillo de su arma y la bala perfora mi hombro derecho. El impulso de la bala hace que salga despedido hacia atrás y que ruede por el suelo mientras el cuchillo se pierde entre la maleza. La policía, nerviosa y excitada, camina hacia mí con el arma por delante.
Logro ponerme de rodillas y veo que la mujer mira aterrada cómo su compañero se desangra. Nada podrá hacer por él y lo sabe. Se llena de rabia, me apunta con el arma y siente unos deseos terribles de disparar. La niña observa todo desde el asiento trasero del coche patrulla. Tiene las manos apoyadas en el cristal y mira con vileza a la mujer policía. Veo en sus ojos un brillo demoníaco y una voz gutural emerge desde lo más profundo de su garganta.
—¡Mátalo! La agente frunce el ceño confundida mientras la pistola tiembla entre sus manos. —El ya no me sirve. Se acabó su tiempo. Ahora tú y yo seremos uno. ¡Mátalo! Trato de ponerme en pie mientras la cabeza de la niña gira en mi dirección.
—¡MATALO YA! La agente aprieta el gatillo. En el momento de la detonación el rostro de la niña adquiere una expresión burlona y sus ojos, acompañados de una dantesca sonrisa, se clavan en mí. La bala perfora mi cerebro y la fría oscuridad me rodea con su terrible manto. Mi cuerpo rueda por el suelo hasta detenerse junto a unos arbustos. No siento nada más salvo la paz eterna al descubrir que las voces de mi cabeza guardarán silencio para siempre.


Escrito por José Manuel Durán


Tu otra sombra T03xP046

22/11/2015

El programa Tu otra sombra de esta semana os trae el siguiente contenido:
* Cuaderno de Investigación: Casos extraños contados por vosotros.
* Noticias de la Red y cosas curiosas del misterio.
* Recordando a José Antonio Plaza Rincón. Con motivo del reciente fallecimiento de mi buen amigo y maestro José Antonio, volvemos a reproducir la entreviste que pude realizarle en un anterior programa hablando sobre la Antropología y la hipnosis.
* Diario de un buscador: Entre mis apuntes y el cuaderno de campo aparecen muchas anotaciones relacionadas con el misterio. Aquí os leo fragmentos de mis anotaciones.
* Cuando miro a las estrellas... Mi reflexión sobre:  "La respuesta inesperada"


Podéis descargarlo en Ivoox, o escuchar todos los programas en la Sección Tu otra sombra



La respuesta inesperada

Esta semana las noticias han estado repletas de datos sobre el último atentado en París. Rápidamente parece que nos solidarizamos, nos volvemos en contra de este tipo de actos y en cierta manera nos unimos en la idea de basta ya.
   No soy persona de tragarme a diario los telediarios, e incluso del atentado me enteré al día siguiente. Busqué en internet sobre este suceso, y cuál es mi sorpresa la gran cantidad de páginas que tocan este tema pero desde puntos de vista muy diferentes. Y veo páginas que hablan de que es un montaje, un autoatentado con intereses políticos y económicos. Otros sacan la fotografía de una afectada que coincidentemente es la misma que aparece en otros atentados. Otros conspiran contra la venta de armas que se está realizando en este momento para sacar provecho. Y por supuesto, aparecen las profecías, esas que nunca se cumplen, pero que siempre han estado allí.
   Lo cierto es que tanta información, la mayoría sin contrastar, sólo nos sirve para perdernos más en el caos que ya estamos viviendo. Ahora, más que nunca, estaremos más pendientes a nuestro alrededor porque mañana nos puede tocar a nosotros. Pero eso ya lo dijimos en Atocha, o en la Torres Gemelas, o en tantas veces que ya casi ni nos acordábamos.
   Supongo que como viene siendo normal en estos casos, se extremarán las medidas de seguridad, y ello nos llevará a nuevas interrogantes. La presencia policial, las identificaciones que se realicen… todo es para nuestro bien. Pero en el otro lado de la moneda siempre tendremos otros intereses que no veremos hasta que sea demasiado tarde, y si es que lo vemos. Grandes empresas harán su negocio con potentes software de vigilancia que permitirán un mayor control. Pero control a quién ¿a los malos?, ¿a todos?. Por supuesto que sí, a todos.
   Existen ya muchas tecnologías que permiten controlarnos a través de nuestros teléfonos, pero a excepción de teorías conspirativas, poco sabemos en realidad. Tan sólo a nivel de usuario. ¿Sabíais que es posible que nos controlen a través de los televisores?. Pues ya existe esa patente.
   Y hay un largo etcétera de condicionantes que nos hacen creer que somos libres, pero en realidad nos mantienen dentro de un recinto controlado llamado sociedad. Y nos tienen tan bien educados que entre nosotros mismos nos encargamos de que nadie trate de escapar de este control. Para eso nos educan, y nos inculcan lo que debemos hacer y cómo debemos ser, a través de los medios de comunicación, de las religiones, de las escuelas, y en el peor de los casos en lo que pensamos que son nuestras propias creencias.


   Pero lo cierto es que se ha producido otro atentado, y sucederán cosas que sabremos cuando a alguien le interese que lo sepamos. Mientras tanto, cinco países de la OTAN ya están en guerra contra estos grupos armados sin escrúpulos, y por supuesto, a nosotros nos tocará ayudar de alguna manera enviando soldados a donde se necesite. Y mientras tantos, nosotros seguiremos las noticias a través de esa red de manipulación que nos mostrará las imágenes que quieren que veamos: la vida misma, o nuestra vida.
Una reflexión de Fernando García

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El hombre lobo y la luna llena

Atrapado por su influjo, siente que el amor y la pasión corren por sus venas. Muerden su alma y le hacen sufrir preso de una cruel maldición. Está condenado a vagar entre las sombras, a llorar bajo el manto oscuro de la tristeza.

Es un hombre lobo. Y ama a la luna llena como si fuera parte de su alma. 

La necesita. La busca cada día. Y cuando ella camina sinuosa por el frío firmamento, como una hermosa doncella, el animal aúlla y expresa su amor sin mentiras ni falsedades.

Es un hombre lobo. Y ama a la luna llena, como si en un pasado lejano ambos hubieran sido partes de un solo ser.

Siente que le pertenece. Que es suyo. Que es suya. Y cae en la desgracia cuando adopta la forma de monstruo y se ve en la obligación de aplacar su violencia con la muerte de inocentes. Los humanos caen como moscas bajo sus garras. Siente horror de sí mismo. 

Sacia su sed. Alimenta su hambre y se aleja de los cuerpos mutilados que oculta en el bosque. Y luego, arrepentido, observa a su diosa que lo mira con desprecio y arrogancia acompañada de las estrellas. Y él aúlla pidiendo perdón, exponiendo su amor.

Es un hombre lobo. Y ama a la luna llena. 

A veces quisiera ser el sol para algún día unirse a ella y hacer el amor durante el breve tiempo que dura un hermoso eclipse.

Mata humanos, porque es un hombre lobo, un animal maldito. Un ser hambriento. Los rayos de la luna llena lo acarician y se vuelve violento. Ella le obliga a matar con crueldad, casi con desesperación. No sabe parar.

Es un hombre lobo y ama a la luna llena. 

No puede resistir ser malvado. Es la influencia de su amada luna. Redonda y preciosa en las alturas, observa y exige su sacrificio. Se tiñe de sangre cuando la bestia levanta el morro en la noche y grita que la ama con angustia y desesperación.

Actúa por instinto. Devora por amor. Y aguarda ansioso la caída de la noche, la llegada de su amada. La respeta. La admira. La desea. 

Es un hombre lobo y ama a la luna llena. 

En su forma de animal, corre en la profundidad del bosque en busca de su presa. La atrapa y la destroza. Después, el dolor desaparece y en el risco la contempla con los ojos cubiertos por las lágrimas.

En su forma de hombre vive atrapado por la pena, con el deseo de que regrese de nuevo la noche y con ella la imagen de su hermosa doncella.

Es un hombre lobo y ama a la luna llena.

Soy un hombre lobo y amo a la luna llena.
Escrito por José Manuel Durán